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martes, 19 de diciembre de 2017

Los indomables (la historia de la Maite y el Xavier)








Hacer las paces con los demonios. Dejar entrar la luz. Al final yo me vine a salvar. Porque acá y afuera no hay nadie. Xavier vino del poblado y llegó con las manos atadas y el cuerpo como hielo.Hace 20 años de eso.

Desde entonces nada cambió ni la hora ni el polvo que se acomodó sobre los muebles y sobre la Vida. Resisto como una yegua loca y sola. Pero pronto llega el invierno. Y ya tengo los huesos secos y quebradizos. Mi pelo es una mata de infierno similar a una felicidad que no tuve.Yo me pegaba a Xavier, lo abrazaba hasta secarlo, lo atravesaba con mi mirada de deseo y él me correspondía con desesperación y amor.Podríamos haber pasado miles de años así de revolcones,afinando colchones , la pasión que nos unía hubiera hecho enrojecer al mismísimo Averno.


Pero llegaron tiempos ajenos y difíciles. Y en la comunión de los perversos nosotros éramos perros a ser domesticados justamente porque éramos indomables.Y eso a los oficiales les resultaba un insulto intolerable. Xavier era el más rebelde, necesitaban callarlo necesitaban un chivo expiatorio de la locura que tenían.Que más que locura era pura maldad. Y le tocó a Xavier.


Cómo se hace para taladrar un párpado con una visión fugaz y escasa de lo que amé, pájaros de melancolía comiéndose mi estómago, mi ser todo, dejándome como un espantapájaro digno de mofa y espanto.


Y entonces los maldigo y les deseo que se le pudran los deseos, que las ratas los devoren en todas las vidas que tengan. Que...


Pero aunque los queme con mi odio lo cierto es esta soledad de acero, esta columna partida de dolor, de muerte en vida...No tener a Xavier es no tener el Aire, es no tener el Fuego, es ser la eterna exiliada. Y caer en toda emboscada, ciega, alienada,sorda, desnuda, desválida.Y no creer más, no tener ya la mínima decisión sobre si acercar el vaso de agua a la boca o levitar finalmente sobre estos minutos vanos, muertos, desangrados. Y alcanzarlo.


Mónica Pedraza